DIARIO BIZANTINO
1
Este es el lugar que no está en ninguna parte: avanza en sentido contrario.
2
Escrito sobre el agua: para el rastro del pez, para la huella del remo, para la sombra del ala. Escrito sobre el agua: para los ojos lavados con fuego.
3
Gloria a la niña que derramó el vaso de silencio.
4
En carne viva, separados por la espada del sueño, y a nuestros pies el cilicio incandescente.
5
Todo y siempre.
6
¿Por qué retroceder, por qué salir? Sólo allí éramos nosotros, verdaderos: sólo en el laberinto éramos libres.
7
Guiadme, oh palomas, aunque no hay camino.
8
¿Será el pozo tan bello como el sueño del pozo?
9
Hoja inmóvil, ola inmóvil. Y la antigua queja: Que haya un cambio.
10
Sin ojos, sin manos, sin huesos: sólo la voz incubando la resurrección.
11
Porque hay en el corazón de todo invierno una primavera que, si resistes, abolirá todo invierno.
12
¿El círculo blanco dentro del círculo negro?
¿El círculo negro dentro del círculo blanco?
13
Ahora yace el no, con el sudario manchado de sangre debajo de la cintura.
14
lo que dijo la rama de laurel: cuando hayas contado el último grano de arena habrás contado el primero.
15
Ennegreces, ennegreces en el más blanco de los blancos.
16
Nada en floración.
17
Vuelvo al lugar de donde nunca me moví. Desde tan lejos.
EL PECHO BLANCO, EL PECHO NEGRO
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego apretaba entre los dedos el pezón negro
y colocándolo en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día, sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una paloma, susurraba: Es la luz del mundo;
y a la noche, mientras exprimía suspirando
el pecho negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo bajo su ropa el pecho negro
canturreaba: Esta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro se iluminaba con una sonrisa inmortal.
pero mo boca buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo en su mano con piadosa resiganación
lo ponía en mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente la leche que da más hambre.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.