Amigos canes, disfruten, disfruten del genio de Charles, interpretado por CARNEVIVA, esta tremenda banda santafesina, que llega hoy a nosotros gracias a la gentileza de nuestro estimado señor Wirtis, melómano inseparable de los misteriosos caminos lisérgicos, buscador incansable del andar sesentoso, chamán de aquellas latitudes temporales. Carneviva en un blus endemoniado como pocos, despierta el genio dormido en la botella. Este disco para ustedes. ¡Beban amigos, beban, canten, bailen y escriban, que yo brindaré por Charles y por ustedes!¡SALUD!
Les voy a contar una historia que les parecerá increíble. Una vez cacé un alce. Me fuí de cacería a los bosques de Nueva York y cacé un alce. Así que lo aseguré sobre el parachoques de mi automóvil y emprendí el regreso a casa por la carretera oeste. Pero lo que yo no sabía era que la bala no le había penetrado en la cabeza; sólo le había rozado el cráneo y lo había dejado inconsciente. Justo cuando estaba cruzando el túnel el alce se despertó. Así que estaba conduciendo con un alce vivo en el parachoques, y el alce hizo señal de girar. Y en el estado de New York hay una ley que prohíbe llevar un alce vivo en el parachoques los martes, jueves y sábados. Me entró un miedo tremendo...
De pronto recordé que unos amigos celebraban una fiesta de disfraces. Iré allí, me dije. LLevaré el alce y me desprenderé de él en la fiesta. Ya no sería responsabilidad mía. Así que me dirigí a la casa de la fiesta y llamé a la puerta. El alce estaba tranquilo a mi lado. Cuando el anfitrión abrió lo saludé: "Hola, ya conoces a los Solomon". Entramos. El alce se incorporó a la fiesta. Le fue muy bien. Ligó y todo. Otro tipo se pasó hora y media tratando de venderle un seguro.
Dieron las doce de la noche y empezaron a repartir los premios a los mejores disfraces. El primer premio fue para los Berkowitz, un matrimonio disfrazado de alce. El alce quedó segundo. ¡Eso le sentó fatal! El alce y los Berkowitz cruzaron sus astas en la sala de estar y quedaron todos inconscientes. Yo me dije: Ésta es la mía. Me llevé al alce, lo até sobre el parachoques y salí rápidamente hacia el bosque. Pero... me había llevado a los Berkowitz. Así que estaba conduciendo con una pareja de judíos en el parachoques. Y en el estado de Nueva York hay una ley que los martes, los jueves y muy especialmente los sábados...
A la mañana siguiente, los Berkowitz despertaron en medio del bosque disfrazados de alce. Al señor Berkowitz lo cazaron, lo disecaron y lo colocaron como trofeo en el Jockey club de Nueva York. Pero les salió el tiro por la culata, porque es un club en donde no se admiten judíos.
Regreso solo a casa. Son las dos de la madrugada y la oscuridad es total. En la mitad del vestíbulo de mi edificio me encuentro con un hombre de Neanderthal. Con el arco superciliar y los nudillos velludos. Creo que aprendió a andar erguido aquella misma mañana. Había acudido a mi domicilio en busca del secreto del fuego. Un morador de los árboles a las dos de la mañana en mi vestíbulo.
Me quité el reloj y lo hice pendular ante sus ojos: los objetos brillantes los apaciguan. Se lo comió. Se me acercó y comenzó un zapateado sobre mi tráquea. Rápidamente, recurrí a un viejo truco de los indios navajos que consiste en suplicar y chillar. Fin.
EL SECUESTRO EXTRAVAGANTE
Medio muerto de inanición, Kermit Kroll entró tamabaleándose en el salón de la casa de sus padres, quienes le esperaban ansiosos en compañía del inspector Ford.
-Gracias por pagar el rescate, familia -exclamó Kermit-. Nunca creí salir vivo de allí.
-Cuénteme lo que pasó -dijo el inspector Ford.
-Iba hacia el centro para que me ahormasen el sombrero, cuando se paró un Sedán y dos hombres me preguntaron si quería ver un caballo que sabía recitar la declaración de Gettysburg de corrido. Contesté que bueno y subí. Luego ya no sé más excepto que me dieron cloroformo y que me desperté atado a una silla y con los ojos vendados.
El inspector Ford examinó la nota de rescate: "Queridos mamá y papá: Dejar 50.000 dólares en una bolsa debajo del puente de Decatour Street. Si no hay puente en Decatour Street, por favor construir uno. Me tratan bien, tengo alojamiento y buena comida, aunque ayer por la noche las almejas de lata estaban demasiado cocidas. Enviar el dinero rápidamente porque si no se sabe nada de ustedes en varios días, el hombre que ahora me hace la cama me estrangulará. Los quiere, Kermit. P.D.: Esto no es una broma. Adjunto una broma para que puedan apreciar la diferencia."
-¿Se le ocurre alguna idea de donde lo podían mantener encerrado? -No. Oía solo un ruido extraño fuera de la ventana.
-¿Extraño?-Sí. ¿Conoce el ruido que hace el arenque cuando se le cuenta una mentira?-Hummmmmm -murmuró el inspector Ford
- ¿Y como logró escapar por fin?
-Les dije que quería ir al béisbol, pero que tenía solo una entrada. Me dijeron que bueno, con la condición de que llevase la venda puesta y prometiera volver a la medianoche. Así lo hice, pero al tercer cuarto de hora los Gigantes llevaban mucha ventaja, así que me aburrí, salí y me vine para acá. -Muy interesante -exclamó el inspector Ford- Ahora sé que este secuestro ha sido fingido. Creo que lo ha preparado usted para sacarle el dinero a sus padres.
¿Como lo descubrió el inspector Ford? Aunque Kermit Kroll vivía aún con sus padres, éstos contaban con ochenta años y él sesenta. Unos secuestradores de verdad jamás raptarían a un niño de sesenta años... ya que no tiene sentido.
Vengo a estarme de luto/ porque puedo./ Porque si no lo digo/ yo/ poeta
de mi hora y de mi tiempo,/ se me vendría abajo el alma, de vergüenza,/ por haberme callado.
LLANTO POR LA MUERTE DE UN PERRO Hoy me llegó una carta de mi madre y me dice, entre otras cosas: –besos y palabras- que alguien mató a mi perro “ladrándole a la muerte, como antes a la luna y al silencio, el perro abandonó la casa de su cuerpo, -me cuenta-, y se fue tras de su alma con su paso extraviado y generoso el miércoles pasado. No supimos la causa de su sangre, llegó chorreando angustia, tambaleándose, arrastrándose casi con su aullido, como si desde su paisaje desgarrado hubiera querido despedirse de nosotros; tristemente tendido quedó -blanco y quebrado-, a los pies de la que antes fue tu cama de fierro. Lo hemos llorado mucho...” Y, ¿por qué no? yo también lo he llorado; la muerte de mi perro sin palabras me duele más que la del perro que habla, y engaña, y ríe, y asesina. Mi perro siendo perro no mordía. Mi perro no envidiaba ni mordía. No engañaba ni mordía. Como los que no siendo perros descuartizan, destazan, muerden en las magistraturas, en las fábricas, en los ingenios, en las fundiciones, al obrero, al empleado, al mecanógrafo, a la costurera, hombre, mujer, adolescente o vieja.
Mi perro era corriente, humilde ciudadano del ladrido-carrera, mi perro no tenía argolla en el pescuezo, ni listón ni sonaja, pero era bullanguero, enamorado y fiero. A los siete años tuve escarlatina, y por aquello del llanto y el capricho de estar pidiendo dinero a cada rato, me trajeron al perro de muy lejos en una caja de zapatos. Era minúsculo y sencillo como el trigo; luego fue creciendo admirado y displicente al par que mis tobillos y mi sexo; supo de mi primera lágrima: la novia que partía, la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio; supo de mi primer poema balbuceante cuando murió la abuela; el perro fue en su tiempo de ladridos mi amigo más amigo. “Ladrándole a la muerte, como antes a la luna y al silencio, el perro abandonó la casa de su cuerpo -dice mi madre- y se fue tras de su alma –los perros tienen alma: un alma mojadita como un trino- con su paso extraviado y generoso el miércoles pasado...” Ay, en esta triste tristeza en que me hundo, la muerte de mi perro sin palabras me duele más que la del perro que habla, y extorsiona, y discrimina, y burla; mi perro era corriente, pero dejaba un corazón por huella; no tenía argolla ni sonaja, pero sus ojos eran dos panderos; no tenía listón en el pescuezo, pero tenía un girasol por cola y era la paz de sus orejas largas dos lenguas de diamantes.
Poesida y la poesía Bohorquiana. No sólo un oficio de palabras.
Por / By: Inés Martínez de Castro
Colegio de Sonora
I. Abigael, "El Poeta" El 28 de noviembre se cumple un año más —ya suman siete— de la huida de Abigael Bohórquez de este mundo, ha de estar riéndose de nosotros porque absurdamente deseamos atraparlo en este texto. Sus amigos aún extrañamos su humilde grandeza, su amoroso desprendimiento y fino sentido del humor que llegaba, en ocasiones, al ácido y festivo sarcasmo.
La obra de Abigael es todavía poco conocida por sus coterráneos sonorenses, él era escritor, dramaturgo, ensayista y periodista, pero sobre todo poeta, y podemos decir sin temor a equivocarnos que es hasta este momento "El Poeta de Sonora", el más grande que ha dado este "Desierto Mayor", como él nombró a su tierra. Así, "El Poeta" con mayúsculas y no porque lo diga quien escribe estas líneas sino porque lo confirma la calidad y diversidad de su poesía.
Que él es "El Poeta" fue afirmado por otros grandes poetas como Carlos Pellicer y Efraín Huerta. Ambos le escriben poemas, el de Pellicer canta en un soneto: Tú ya empiezas a ser para el abismo./ Líbralo como el viento que ladea/ en su anchura delgada su espejismo./ Todo lo que te une y te rodea/ es como el mar que sale de ti mismo/ y a pesar de la sal su dicha ondea. Además declaró en 1960, que "Bohórquez es el primer poeta importante del Norte… México tiene en este joven a un poeta extraordinario". Por su parte, Huerta le escribe: Abigael Bohórquez, poeta cente-llante,/ bárbaro poeta del norte y de todas la latitudes, / de todas las floridas blasfemias, / del harapo y el pan, de la soledad, de la compañía, /…Te leo y te miro y admiro. Quienes lo conocieron, compañeros de oficio, siguen escribiendo sobre él y su poesía, como Thelma Nava quien lo llama "El poeta del Norte" en una comentario para la segunda edición de Poesida: "Poeta sin concesiones de ninguna índole, tuvo la osadía de decir su verdad cuando otros poetas contemporáneos suyos no se atrevían —ni se atreven— a hacerlo". El escritor y antologador de Bohórquez, Dionsio Morales confirma "es uno de los poetas más originales de la segunda mitad del siglo XX".
Como no podemos eludir los datos, es preciso recordar que "El Poeta" nacido en Caborca en 1936, pu-blicó los siguientes libros de poesía: Ensayos poéticos (1955); Fe de bautismo (1960); Acta de confirmación (1966 y 1967 2ª. Ed.); Canción de amor y muerte por Rubén Jaramillo y otros poemas civiles (1967); Las amarras terrestres (1969); Fe de bautismo (1970) (primera parte de Poesía i teatro, 1960); Memoria de la Alta Milpa (1975); Digo lo que amo (1976); Desierto mayor (1980); Heredad 1956-1978. Antología provisional; Poesía en limpio (1991); Navegación en Yoremito (1993); Abigaeles y poeníñimos (1990) y Poesida (1996), este último póstumo. A lo largo de su vida, obtuvo un gran número de premios literarios, los últimos con Navegación en Yoremito en los Juegos Florales del Carnaval de Mazatlán 1992 (considerado de los más importante a nivel nacional) y con Poesida el Concurso Latinoamericano de Literatura con motivo del Día Internacional del Sida en 1994. A pesar de esta nutrida e importante producción, la obra de este artista permanecerá desconocida para la mayoría ya que sólo dos de sus títulos han sido reeditados por amigos y se distribuyen en librerías de Hermosillo. Parecería que a los responsables de la promoción de las artes y la cultura sigue sin interesarles difundir la obra de una figura literaria de la talla de Abigael Bohórquez, que para vergüenza nuestra, es decir, del conjunto de la sociedad sonorense, murió en la miseria y el abandono.
II. Releer a Abigael La poesía de Abigael Bohórquez, en las lecturas y relecturas, por su lenguaje portentoso, polivalente, múltiple, explosivo, no deja de asombrarnos. De su poesía, resuenan en nuestros sentidos los juegos de espejos sonoros, ecos interminables que se desdoblan en una rica y sorpresiva significación, singular e innovadora. Árboles sobre otros árboles, crecen los poemas donde crecen felinos los neologismos, los pequeños huevos de versos contenidos que encierran sus secretos como las granadas y se abren con color intenso bajo el sol, igual que hojas acarreadas por las hormigas, se acumulan los significados en altísimos montones, nubes que como palabras se trepan hasta las copas y se desgajan en múltiples jirones de niebla.
El lenguaje en la poesía de Abigael es como las embravecidas avenidas de los ríos de esta tierra que tanto amó: todo se lo entrelleva y mezcla, arrasa con el español en sus diversas versiones históricas, incluye el inglés, el náhuatl, el espanglish-pocho, el francés, el cholo, el escatológico y hasta el almibarado y cursilón de los boleros; a veces es manso como su "Perro muerto" o atrevido Country boy; se eleva al culterano y rebuscado Góngora y "desciende" al de la pinta en el hotel de paso, al anuncio de ocasión, al dicho pueblerino, al caló carcelario en una mezcla brava y dominada al mismo tiempo, pues este río aparentemente descontrolado que parece que se saldrá de madre es dominado como por un hilo mágico que nos conduce y obliga a recorrer el cauce. Es como dice Miguel Manríquez en su ensayo Abigael Bohórquez. Pasión, cicatriz y relámpago, la influencia de los Contemporáneos, una de las tantas fuentes en las que abrevó y que trajo a la poesía sonorense el cosmopolitismo, influencia que renueva, multiplica y singulariza. Esta mezcla, que además es fusión de múltiples, se erige como un lenguaje propio, un lenguaje abigaleano, bojorquiano, inconfundible, amplio continente y distintivo. La combinación de los opuestos y diversos no deja de infartarnos primero, de alucinarnos después, de hacernos reír por su atrevimiento, ingenio y amarga ironía, o sacarnos la lágrima y la rabia desde lo más profundo.
Releer a Abigael es excavar en los sentimientos, es un desbarajuste de la emoción; es retar, verso por verso, a la inteligencia; aprehender la agudeza del filo sin salir herida y sí reconfortada. Con el lenguaje de su poesía, Bohórquez nos ha mostrado y nos muestra su oficio y su pasión y su pasión por el oficio, el cuidado minucioso y la sapiencia con el lenguaje. Al releerlo, soy tomada por sus palabras para con él, acariciarlas, estrujarlas, exprimirlas, potenciarlas, desnaturalizarlas, violentarlas, cambiarles la función y hacerlas cantar hasta sus últimas consecuencias.
Sin embargo, la poesía de Abigael no sólo es producto de su endiablado buen oficio con las palabras como juego lúdico y de invención, sino que además, lo significativo y sobresaliente es lo que dice con esas palabras, que siempre es trascendente por su profundidad humana, que se manifiesta de manera muy especial en su poemario Poesida. A lo largo y ancho de su obra, Abigael confirma explícitamente su compromiso con lo humano, su compromiso social, lo que le da talla universal y grandeza a su poesía, aunque para algunos resulte ya una postura literaria premoderna en este tiempo invadido por una fuerte tendencia hacia la poesía ascéptica, socialmente incontaminada.
Él, el Abigael, se compromete con el amor en todas sus formas, con la justicia, y así reivindica las causas de los desposeídos, de los que sufren la discriminación por cualquier causa, entre ellas la homofobia, y explícitamente ratifica esta función desmantelada de la poesía:
Duelo Vengo a estarme de luto por aquellos
que han muerto a desabasto,
por los rútilos o famélicos,
procurando saciar su corazón o su hambre,
cayeron en la trampa
eran flores de arena, papirolas,
artificios de bubble gum, almas de azogue,
veletas de discotheque, aleteos, dispendio,
pero eran también un alma, una palabra,
un esqueleto de pan y sal,
con rincones amables
como el tuyo o el mío, compañero,
un pensamiento hermoso o ruin,
más cosa como nosotros,
hechos un haz de sangre todavía
entre el verdor y el agua de la vida.
Vengo a estarme de luto
por aquellos
que recibieron prematuramente
su funeral de escándalo,
su ración, su camastro, su obituario velado,
pero más por aquellos
que, desde que nacieron,
son confinados, etiquetados, muertos
en sus propios rediles,
herrados, engrillados a un escritorio oculto,
a un cubículo negro.
Ah, caravana de las carcajadas,
carne desamparada de la arcaica matanza,
paredón de la pública befa,
arrimaditos, amontonaditos
en el muro del asco.
Vengo a estarme de luto
porque puedo.
Porque si no lo digo
yo
poeta de mi hora y de mi tiempo
se me vendría abajo el alma, de vergüenza
por haberme callado.
Qué natalicio nuevo de la ausencia,
qué grave el sol
apenitas ayer abeja de oro,
qué viento de crueldad este domingo,
qué pena.
Pero está bien;
en este mundo todo está bien;
el hambre, la sequía, las moscas,
el appartheid, la guerra santa, el Sida,
mientras no se nos toque a Él;
Ese no cuenta,
simplemente está Allá,
loco de risa,
próspero de la muerte,
a gusto.
Poesida es un canto de amor solidario y contra esta plaga que nos azota, y parece agravarse con el neoliberalismo económico-conservadurismo moralino, que es la homofobia, hermana de la mi-soginia; el poemario es una denuncia de la homofobia que condena y mata de muchas formas a los homosexuales.
Homofobia como dice Guillermo Núñez es el temor, la ansiedad, el miedo que se manifiesta con violencia, hacia el deseo y el placer erótico con personas del mismo sexo, entendiendo esto como parte de un modelo dominante de masculinidad represiva, que privilegia la fuerza, la invurenabilidad, la racionalidad y autosuficiencia emotiva y que niega las dimensiones placente-ras, afectivas y amorosas y crea así seres mutilados, rotos.
Abigael fue víctima de la homofobia instituciona-lizada que lo mató por omisión de la obligación que no cumplieron las instituciones cultu-rales, las cuales co-mo pago y recono-cimiento por la dimensión de su obra literaria debían proveerle del sustento necesario.
Por los que han caído por la homofobia o sufren por ella hay que, siguiendo a Núñez, luchar por ceder ante el miedo, ceder al contacto y la simpatía, comprender, ser solidarios hacia personas que tienen prácticas eróticas con otras del mismo sexo, como un acto de amor y respeto, como una forma de resistir y transformar nuestra cultura opresiva, esto es un acto humano, generoso, político, como lo es la poesía que Abigael escribió.
Así no perderemos a más Abigaeles u otros seres valiosos.