domingo, 10 de octubre de 2010

PLAGIO Y MAL GUSTO

Aquí sólo una muestra para que no se engolocinen. PLAGIO Y MAL GUSTO para todo el mundo y al que no le guste que se corra que venimos con todo, apenas una muestra, para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero y cuidado que vamos por más (siempre y cuando aparezcan las palabras del ya tristemente célebre Orasio Estevan Hálvares )


Nuestro Salvador
por PABLO DOTI LOPEZ

Huracán Ramírez desapareció hace ya 20 años. La leyenda cuenta que el luchador sucumbió enfrentando al mimísimo Satanás, dicen; también, que Huracán le vendió el alma a cambio de fama, gloria y poder. Lo entiendo. Después de todo ¿qué más podemos pedir en la vida?
La última vez que se lo vio fue luego de una contienda, magistral enfrentamiento por cierto, en la que Huracán venció al Chicano Rodríguez y a Victorica Martínez. El triunfo fue fantástico: nadie, nunca, los había vencido. Además, la pelea quedó en los anales del catch porque Huracán estaba perdiendo; lógico si se enfrentó a Chicano y Victorica; sin embargo, en el último minuto; cuando ya nadie apostaba un centavo por ese luchador venido del bajo, por ese gordo torpe pero duro para aguantar palizas - eso sí – Huracán sacó fuerzas de quién sabe dónde y molió a puñetazos al Chicano mientras aguantaba las sillas que por la espalda le rompía Victorica. Después, cuando el Chicano apenas era una masa sanguinolenta en el piso, Huracán se levanto, clavó dos ojos de fuego en Victorica y de un cabezazo lo mató. Esa noche Huracán accedió al Olimpo de los luchadores, entró por la puerta grande; como dicen.
Luego, cuando el fervor popular lo liberó, Huracán fue al camerino, tomó unos tequilas con Blue Demon y partió. Cuenta Blue Demon, que después de beber, Huracán le dijo que todavía le quedaba algo por arreglar, que la lucha no había terminado, aún queda el round más difícil manito; le dijo Ramírez. Entonces el luchador salió por la puerta trasera para nunca más volver. Blue Demon cuenta también que esa vez lo notó sombrío. Aún tengo la imagen de Huracán internándose en la calle oscura, lo veo aún caminando, cabeza gacha; hacía la esquina. Esa fue la última vez.
Después la leyenda, las palabras que tratan de explicar lo que no podemos entender, lo que no podemos ver. Entonces las fábulas. Algunos dicen que Huracán sucumbió peleando con Satán, otros dicen que lo venció y ahora es él quien gobierna las tinieblas. Yo, particularmente, siempre le creí a mi abuelo, que me contó que Huracán peleó con el diablo, que se arrepintió en el último minuto de haber pactado con él y que luchó hasta caer muerto, pero glorioso. También, agregaba el viejo en las interminables tardes que pasé escuchándolo, Huracán volvería algún día. Cuando lo necesitásemos, él volvería.
Siempre fueron muchas las conjeturas que se tejieron en torno a Huracán, pero nunca; y digo nunca porque nunca, ni en lo más lejano de mis ácidos viajes; se me hubiese ocurrido pensar algo como lo que ahora estoy presenciando. Creo que la situación en la que estamos los pocos que aún vivimos amerita, tal vez; ya que el fin parece que es éste; la cantidad de sucesos catastróficos y terribles – aunque también alucinados y fantásticos – que estoy viendo.
Esta mañana, cuando el terremoto empezó temí, temí mucho por los míos; aún temo porque no hay manera de moverse de aquí, no hay ningún tipo de comunicación y todavía, seis horas ya; no ha parado de temblar. El mundo se está viniendo abajo, las grietas que se han abierto en todos lados son un pasaje seguro al infierno. Todavía resisto porque logré subir acá. Aunque el terremoto no sería tan terrible si no hubiesen empezado a salir todos esos demonios por las grietas, todos esos demonios que comenzaron a matar a la gente allá fuera. Pero una esperanza, tal vez, desde aquí no estoy seguro que sea él; apareció. Si mal no estoy el que está allá, el que está peleando con los demonios es Huracán Ramírez, ha vuelto. Ha surgido, como ellos, desde el averno. Sin embargo los está enfrentando. Veo a la gente ponerse detrás de Huracán y a él resistir los embates y devolver golpes. No sé qué pensar ya, pero son las palabras de mi abuelo las que me dan fuerza para aguantar. Sólo espero haya estado en lo correcto, espero que Huracán haya vuelto a salvarnos. Si no es así, que Dios nos ampare.

Cyberpunk
Villa Chinga, una de las pocas poblaciones que quedan en la tierra. Apenas un espejismo entre el desierto y la montaña. Pero alguna vez este mísero caserío fue una gran ciudad. Ahora sólo vestigios del pasado. Al noroeste, todavía se levanta la cordillera seca y ajada, inmutable testigo del caos humano.
Una llama apenas y el barrio de los morlock comienza a incendiarse. El humo negro agolpa bullendo en hongo mientras las llamas arden furiosas. Varios morlocks tratan de mitigar el desmadre con arena porque no hay agua. Otros, viendo lo inminente, corren frenéticos agarrando cualquier cosa que se pueda salvar.
Más al centro, por la calle principal aparece un hombre corriendo. La respiración jadeante, agitada. Zigzaguea de la calle a la vereda y un pasillo al fin. Mira nervioso alrededor ¡Alguien se acerca! El hombre se escabulle en la sequia, bajo un puente y, casi al mismo tiempo, los pasos retumban sobre su cabeza. Son dos morlocks, el primero de contextura pequeña, tuerto, un brazo mutilado, botas pesadas, de metalúrgico, nariz abultada y aplastada. El otro parece un ropero. No tiene cuello. La cabeza está metida en los hombros. La frente amplia. El pelo motoso, bigote grueso y desprolijo. Van y vienen apurados, los camaleónicos ojos mirando en todas las direcciones.
¿Dónde está ese bastardo?
Los morlocks merodean el lugar, buscan nerviosos, apurados y se van.
El hombre sale de la sequia, mira a los lados y corre. Dos cuadras y a lo lejos ve a los perseguidores: se han juntado con otros y caminan hacia él señalándolo y agitando los brazos. ¡Maldita sea! me vieron… - Mira a los lados cercanos: Una puerta abierta. Entra. Putas, morlocks y hombres deambulan el lugar. Ni lo notan. Pasa la puerta a un cuarto con sillones a los lados. Cada tanto las luces intermitentes delatan cuerpos que se encuentran. Sigue por un pasillo. Camina rápido, mirando desconfiado. Y de repente choca contra algo macizo – aquí estás maldito, nos la pagarás –lo toman del cuello, lo alzan dos cabezas de su altura y lo estampan contra la pared – te voy a matar- le dice el morlock poniéndole una faca en el cuello. El hombre se siente desfallecer: – no, por favor.
Un fogonazo, apenas un zumbido cerca de su oído y la sangre fría brota. El morlock empieza a caer, los amarillos ojos se pierden en la nada, la mano que lo aprisionaba cede, suave, al unísono con la caída del lagarto, sus pies tocan tierra.
Un segundo más y lo matan - dice un hombre emergiendo de las sombras, menos mal que lo vi- continúa mientras guarda una vieja colt en la sobaquera. El otro lo mira atónito. Está bien amigo, le pregunta mientras le palmea la espalda. Sí, sí, quién es usted – Atina a decir todavía mareado. Sánchez, para servirlo, tome un trago- le dice alcanzándole una cajita de vino. El otro mira la cajita: está aplastada, abierta por un extremo de donde asoman filamentos papel metal. Bebe y le devuelve repugnado – soy Max, necesito que me ayude, me persiguen unos morlocks y no encuentro señal satelital en ningún lugar ¿Usted sabe dónde hay? Necesito salir de aquí ¿Sabe desde dónde me pueda comunicar?
Sánchez duda un instante: Tal vez, ¿Tiene dinero?
Sí, sí, no hay problema.
Cuánto.
Lo que quiera, sólo necesito que me lleve dónde le pido.
Diez mil.
Hecho.
Sánchez le abre camino hasta la puerta.
Afuera todavía se ve el humeante hongo ascendiendo desde el barrio Morlock.
¿Qué diablos es eso? - Pregunta Sánchez.
Ni idea, vamos – contesta apurando Max.
Las calles sórdidas abren brecha entre la miseria, hasta llegar a los pasillos que conducen al descampado.
Diablos, acabo de estar escondido en estos pasillos, tal vez ellos estén dentro.
Conozco este lugar como la palma de mi mano, daremos un rodeo – Contesta Sánchez.
Max prende un cigarrillo- ¿fumas amigo? – Sánchez toma uno y lo enciende – ¡Esto es marihuana de verdad! Hacía años que no fumaba de ésta, dónde la has conseguido.
Tengo algunos contactos en Marte, ya te explicaré cuando estemos más tranquilos – responde desdeñoso Max.
No te alejes de mí, estos pasajes son un laberinto, si te pierdes tal vez no vuelvas - advierte Sánchez y entra pitando en el oscuro pasillo.
Max, mira a ambos lados, pita fuerte el cigarro y lo sigue.
Las paredes están ajadas, el revoque se ha caído hace años, y la sequedad es asfixiante. Hay basura repartida por ambos lados, tirada en las sequias.
¡Maldita sea! Aquí apesta – Dice Max mientras se tapa la nariz.
Estallan pasos, Sánchez se guarece contra la pared, empuja a Max al muro y saca la Colt. Apunta en toda dirección.
Silencio.
Y de repente, en un cruce a 20 metros, pasan tres morlocks. El último de ellos parece haberlos visto porque los mira sorprendido, pero calla y siguen de largo. Sánchez se relaja, lo mira a Max y antes de que diga nada, aparecen los tres de nuevo, vienen corriendo y gritando. A Max lo gana el temor, se queda paralizado, viéndolos venir, Sánchez, más frío, inclina un segundo la cabeza, solo un segundo y levanta la mirada, apunta y dispara. Uno dos, tres, cinco fogonazos.
No todos hacen blanco: de los tres, dos quedan en pie.
¡Maldita sea! ¡No tengo más balas! ¡Vamos! – y toma del brazo a Max para huir pero este apenas se mueve y los alcanzan. Sánchez, ve por sobre su hombro que ya tiene encima a uno. Entonces, en un instante, saca un puñal de la cintura y da media vuelta apuñalando al morlock en el cuello. Un leve soplido al desenterrar el puñal y el lagarto desploma. Mira a Max: esta tendido en el piso, su perseguidor lo tiene de bruces, la rodilla firme sobre la cara. Está por sepultarle un cuchillo en el estomago. Sánchez le salta encima y lo apuñala por la espalda.
¡Demonios! Tenemos que salir de aquí.
Comienzan a correr por los pasillos.
Exhaustos, detienen la marcha y se recargan sobre la pared. Miran a todos lados: no hay nadie.
Por un pelo me atrapan los malditos bastardos, señala Max, mientras trata de recuperar aire dando bocanadas al piso.
Parece que los morlocks te odian mucho. Qué les hiciste.
Nada. Sólo tratar de ayudarlos. Pertenezco a Worldhelpers y vine a traer víveres a su barrio. Llegué con un compañero, Bill. Los dos vinimos en la misión. Cuando llegamos empezamos a repartir lo que teníamos. Pero, de repente todo fue caos, aparecieron estos morlocks, querían agua. Nosotros les explicamos que no se podía, que tenían que comprarla. Ellos no quisieron entender y se pusieron violentos, muy violentos, empezaron a insultarnos y, como no les hacíamos caso ¡malditos cobardes! nos golpearon y perdimos el conocimiento.
Sánchez mira al este, todavía brota algo de ceniza: - ¿Qué rayos será ese humo?
Esos bastardos deben haber encendido el barrio. Eso debe ser el humo. Tenían gasolina suficiente para quemar toda la zona, lo vi cuando me tenían atrapado. Además hablaban de incendiar su barrio y atrapar a los otros morlocks para venderlos como esclavos en Marte. Por eso me quieren matar porque yo sé que fueron ellos ¡Cuando salga de aquí los voy a denunciar!
¿¿Denunciarlos?? Con quién.
No sé… con el ejército.
Al ejército no le importan esas cosas, para ellos es mejor que nos matemos entre nosotros.
¡Pero yo no soy como ustedes! ¡Pertenezco a Worldhelpers, cuando sepan lo que me pasó, ¡ja!¡ van ver esas malditas lagartijas! ¡La van a pagar caro!
Sánchez lo mira displicente: - Cómo escapaste.
En un momento les pedí ir al excusado. Así logré que me desataran. Uno de ellos me llevó. Entonces, cuando se distrajo, le pegué y aproveché para huir, así llegué al cabaret donde me encontraste. Pero Bill no lo logró, maldita sea, todavía está a merced de esos mal nacidos... ¿tú podrías rescatar a Bill? tal vez aún esté con vida.
Eso va a costar más, 30 mil.
Ya te dije que el dinero no es problema. La organización pagará lo que sea por nosotros.
Está bien. Tienes idea de dónde lo tienen.
En un edificio. Cuando estaba escapando vi el lugar, eran como oficinas, había algunos paneles, después salí a un patio y salté una muralla a la calle.
La vieja Baker & Huke, en el lado este.
Pero primero llévame adonde hay señal.
Sígueme.
Los dos hombres caminan, Max va atrás de Sánchez, tres o cuatro pasillos más allá salen del laberinto y llegan a un caserío desvencijado. Atrás todavía se ve algo de humo, parece que el fuego ya ha sido apagado, sin embargo aún brotan rebeldes jirones cenicientos.
Llegan a uno de los ranchos. Sánchez golpea la puerta con la cara posterior del puño. Abre una mujer mestiza. Él entra y Max queda fuera, esperando y mirando satisfecho hacia el centro de la ciudad.
Dos morlocks pasan. Parecen borrachos. Miran a Max, que se hace el distraído, sin prestarle atención y se alejan. En tanto Sánchez sale del rancho. Lo acompaña la mujer.
Ella te llevará a un lugar seguro Max, puedes confiar.
Está bien Sánchez, pero tienes que rescatar a Bill, mi amigo.
La mujer saca una escopeta láser y se la ofrece a Sánchez:
Con un demonio mujer, no quiero ese aparato, me vasto con la Colt y mi puñal.
Te confías demasiado en ese viejo armatoste, por qué no llevas mi láser. No sabes con qué te vas a encontrar allí.
No te preocupes por mí.
Sánchez emprende camino. Prende otro cigarrillo de marihuana y se dirige a la vieja fábrica. Hacía ese trecho antes de la guerra, solía trabajar allí. Después, cuando empezó a faltar el agua, la cerraron. Ahora el cristalino líquido es más valioso que el oro. Hasta una guerra desató. Los que podían escaparon, se fueron a vivir a Marte, la tierra ya no era un lugar. Sólo quedaron pobres y militares que buscaban la preciosa bebida para abastecer la colonia marciana. Donde hubiera un afluente llegaban soldados y echaban al gentío, y si resistían, los mataban. Sánchez va sereno, suspendido. Llega de nuevo a la calle principal. A estas horas generalmente eran pocos los que quedaban pero ahora no hay nadie, hasta el cabaret cerró. Sigue. Son sólo un par de calles hasta la fábrica. Ya puede verla al final, es un edificio grande, ocupa dos cuadras. Está dividida en dos partes. De un lado, lo que alguna vez fueron oficinas y por otro, un gran patio que servía como depósito.
Camina despacio, contemplando el presente. Después de la guerra y las bombas, la humanidad volvió a un estado primitivo. Cada uno sobrevive como puede.
Llega a las puertas de la fábrica: una gran contrapuerta de lata que corta la calle principal. Está cerrado. Mira a ambos lados. No se ve nadie. Toma hacía la parte trasera. Merodea las paredes que aíslan el edificio del resto de la villa. Se mantuvieron a pesar de todo. Llega, al fin, a la parte de atrás, observa de nuevo que no haya ningún morlock en los alrededores y, de un arduo salto, accede al interior.
Ya está adentro.
Silencio.
Avanza sigiloso.
Camina hasta llegar a las oficinas y entra. Hay paneles ajados y desperdigados que alguna vez dividieron el ambiente. Escucha un murmullo impreciso que viene de la habitación contigua. Se agazapa en la pared, saca el puñal y lleva la mano armada a la espalda. Sigue avanzando agachado, escondiendo el cuerpo en la pared. Llega hasta la puerta que conduce al otro cuarto. Ahora el ruido es más nítido: alguien viene. De un salto se parapeta contra el muro de la puerta, aprieta el puñal y respira profundo. De repente se asoma un pie y luego todo el morlock. Sánchez espera que pase, lo toma de la boca y le corta el pescuezo. Entra en la habitación contigua y la cruza. Después de la puerta, una escalera asciende recta y desemboca en curva a la derecha. Se aposta en la pared y sube. Domina la planta alta. El oscuro corredor ilumina en el final. Avanza. A medida que se mueve, escucha voces. De repente un disparo, un quejido y algo desploma abrupto.
¡Maldición!
Sigue avanzando. Ahora más presuroso.
En el cuarto encuentra a un morlock revisando un hombre muerto. El asesino está de espaldas, entonces, Sánchez, se acerca; lo toma firme de los pelos y le apoya la daga en la yugular:
¡Maldita lagartija! Me has hecho perder mucho dinero.
Quién rayos eres tú, suéltame. Cómo demonios has entrado. No sabes quién es este bastardo ¡suéltame! malditos tú y tu gente, no les bastó con incendiar el barrio ¿no?
¿De qué demonios hablas?
Este bastardo es uno de los que incendió nuestro barrio, hay uno más, que logró escapar, mis amigos lo están buscando, hay que encontrarlo y matarlo.
El morlock estira la mano al suelo y toma una credencial:
Si no me crees mira esto…
Sánchez la toma.
Lee.
¿Pero…? Él, él…¡Demonios! ¡Yo sé dónde está el maldito, sígueme!
Sánchez da media vuelta y corre. El morlock sale tras él.
Corren.
Otra vez la calle principal, las cuadras y el laberinto de pasillos.
Una vez en la barriada encuentran al resto de los morlocks. Caminan en tropel. Mustios, cabezas gachas. Llegan hasta ellos. Adelante vienen los dos que habían perseguido a Max. El petiso tuerto trae en la mano su decapitada cabeza. El que parece un ropero, un cuchillo ensangrentado.
Atraparon a ese maldito – Dice el que vino con Sánchez.
Sí, pero estaba hablando con alguien – contesta el que parece ropero.
Este es un maldito soldado, tenía una credencial del ejército, mira - dice extendiéndole la tarjeta el otro morlock.
¿Qué demonios quiere el ejército aquí?
¿No había una mujer con éste? – interrumpe Sánchez señalando la cabeza de Max.
Sí. Pero ya estaba muerta cuando llegamos.
Sánchez movió la cabeza de un lado a otro – dónde está su cuerpo – increpa.
Lo enterramos en el baldío.
Gracias.
El morlock tira la credencial al piso:- Debemos prepararnos porque seguro van a venir más.
Qué armas tenemos – pregunta uno.
Algunas facas – contestan mostrándole.
De repente ruido aéreo, unas luces brotan en el cielo y tres naves aparecen, – escóndanse – grita el morlock tuerto - y todos se escabullen entre el caserío. En tanto las naves aterrizan en el descampado, al pie de la barriada. Abren compuertas y bajan dos escuadrones de soldados. Atrás, cuando ya están formados, baja el General Mc Allister, oficial al mando del operativo. Organiza:
Teniente Rodney usted irá con su compañía a hacer un reconocimiento de la zona.
¡Señor! ¡Sí señor! – y parte con sus hombres.
En tanto, los morlocks y Sánchez se han escurrido hasta llegar a los pasillos. Son apenas ocho para enfrentar a los soldados por eso han decidido esconderse en los recovecos y apuñalar en la oscuridad.
Dividámonos en dos grupos – propone el ropero – dejaremos que entren a este callejón y, cuando estén en el medio, aparecerán ustedes por detrás y nosotros por delante. No hay que dudar ni un segundo, está claro, apenas los tengamos donde queremos los cosemos a puntazos.
Acordaron y se guarecieron en los dos recovecos perpendiculares a uno de los pasillos centrales. Sánchez, habituado al uso del puñal, prefiere matar por vanguardia.
Escuchan venir a los soldados. Marchan seguros, confiados. Los morlocks esperan a que lleguen casi al final del pasillo y, cuando sienten asomar al primer soldado, atacan. Sánchez sale junto a otro y cada uno ataca a un soldado. Sin embargo, los militares son ágiles, abren fuego y matan rápido. El primero en caer es el tuerto, que igual se lleva a un soldado al infierno; y otro morlock que desmorona a los brazos de Sánchez. Él recibe el cuerpo con la izquierda, lo empuja contra uno de los que disparan y, con la derecha, punza a otro, le desentierra el cuchillo; y mata otra vez. En tanto, los que han atacado por retaguardia asesinan a uno pero caen bajo los láseres. De repente todo es silencio. No queda ni un morlock en pie. Sánchez se abalanza contra la pared, saca el colt, y esconde el cuerpo. Ahora está sólo. Escucha – Ahí estás maldito – y un disparo lo hiere en el brazo. Sánchez apenas alcanza a ver el fogonazo y mata, pero el teniente Rodney, agazapado en la sequia opuesta, lo acribilla. Luego saca el radio y avisa. Pronto llegan más y fusilan a los que quedan en el centro.
Muy bien soldados, han hecho un trabajo magnifico. Perdimos algunos hombres pero cumplimos – dice el General Mc Allister - en unos minutos llegará el escuadrón de excavación, el lago subterráneo ya es nuestro.






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